Trabajo y Sociedad
Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas

Nº 2, vol. II, mayo-julio de 2000, Santiago del Estero, Argentina
ISSN 1514-6871

 

Vulnerables: Trabajo y condiciones de vida [1]

 

María R. Gómez, María E. Isorni, Graciela Saber

Universidad Nacional de Santiago del Estero

marili@unse.edu.ar

 

Introducción

Este trabajo aborda uno de los temas más acuciantes del escenario argentino actual: la situación de vulnerabilidad de amplios sectores de la sociedad  como una manifestación de la declinación de algunas fracciones de la clase media que, aunque se acentuó en la década del 90, ya comienza a avizorarse  a partir  de mediados de los 70.

El eje conceptual gira en torno al trabajo y los cambios que se advierten cuando se pierde el empleo, cuando se busca alguno que no se consigue, cuando se deterioran los ingresos, cuando la estabilidad laboral ya no está presente, así como la variedad de definiciones que surgen y las repercusiones que las condiciones objetivas producen en la vida cotidiana de las familias, y el desarrollo de estrategias, que en consonancia con aquellas, despliegan los actores para evitar o atenuar la caída.

Si bien se parte desde una línea argumentativa constructivista, la problematización  del objeto de estudio no implica ninguna estructuración teórica en busca de verificación, sino de la elaboración de modelos de relaciones posibles que, por medio de la investigación, permitan ir  reconstruyendo el segmento de realidad seleccionado como una totalidad interrelacionada y original, siempre abierta a posibles reorganizaciones discursivas mediante otros intentos reconstructivos.

 De modo que el concepto de “vulnerabilidad” así como las dimensiones que él encierra es presentado como una armazón conceptual que cumple una misión orientadora, a la vez que es un instrumento heurístico destinado al descubrimiento de lo singular,  para a partir de ello intentar una construcción de categorías sensibilizadoras del concepto.

Hecha esta salvedad, el estudio se circunscribe a cuatro historias de familias de sectores medios de la ciudad de Santiago del Estero. Se trata de un análisis de casos abordado desde una metodología cualitativa que intenta reconstruir una estructura de significados a partir de la  perspectiva de los actores involucrados.

El análisis de la situación contextual generada a partir de la aplicación del Plan de Convertibilidad en la Argentina y sus efectos en la provincia con las consecuentes medidas adoptadas en ambos escenarios, son las condiciones de contorno que permiten acercarnos al  entendimiento de las rupturas estructurales y de su impacto, que se manifiesta  tanto en las pérdidas de las diversas formas de capital que poseían las familias como en las definiciones que surgen frente a estas nuevas situaciones. También en la manera en como se van produciendo reacomodaciones y las consecuentes y variadas estrategias desplegadas por las personas a fin de mantener algunas condiciones de vida que definieron una posición social que se les va de las manos.

 La imagen de “equilibristas” guarda relación con el concepto de vulnerabilidad, por lo menos desde el punto a partir del cual miramos la problemática, es decir, como una conjunción de  aspectos  que lo contextualizan y que lo definen en su especificidad, pese a la diversidad inherente a la cuestión que nos ocupa.

  El artículo está organizado en tres instancias: en la primera de ellas se presenta una somera descripción de los cambios operados en el mercado de trabajo y su repercusión en el fortalecimiento o debilitamiento de los sectores medios según sea el período histórico, poniendo especial énfasis en lo que pasó estructuralmente  en la década de los noventa en la Argentina y en particular en el escenario local; en la segunda, se presentan los casos que fueron construidos como síntesis a partir del enfoque conceptual; en la tercera instancia se señalan algunas conclusiones que sirvieron de base para el análisis y posterior construcción analógica de categorías de vulnerables.

1 - Cambios en el mercado de trabajo: una aproximación contextual

No resulta fácil captar en toda su extensión el panorama de empobrecimiento actual que sufre la sociedad argentina en su conjunto y en particular los sectores medios. Para una mejor comprensión del proceso vale la pena retrotraerse a la década del sesenta cuando la región latinoamericana presentaba un panorama de crecimiento a un ritmo superior al de los países europeos. La estrategia de desarrollo originada en los 50 y acentuada en los 60 apuntaba a generar una mayor capacidad productiva industrial, científica, administrativa y de comunicación. En este contexto no obstante, puede advertirse la marginación de algunos sectores en especial de los migrantes rurales, que van quedando excluidos de la estrategia regional de desarrollo.

Argentina por entonces presentaba ciertos rasgos particulares en el escenario latinoamericano debido al surgimiento de una fuerte clase media como resultado de un proceso de movilidad ascendente. Esta clase media, heterogénea desde sus inicios, albergaba tanto a un obrero como a un profesional, a un empleado público como a un pequeño propietario, es decir a todo aquél que gozara de un trabajo formal y/o de un acceso real a ciertos bienes y servicios.

A partir de la segunda mitad de la década del 70, en un contexto de desaceleración y de crisis del modelo de sustitución de importaciones, comenzaron a hacerse patente las inconsistencias de un sistema que empezaba a excluir a nuevos sectores sociales (Minujin, Kessler, 1995), ampliando el panorama de pobreza que hasta ese momento presentaba la sociedad argentina.

En el inicio de la década del 80 la crisis producida por la suba del petróleo y la recesión del 81 y del 82 en Estados Unidos, afectó profundamente a las economías que, como las latinoamericanas, se encuentran vinculadas a las norteamericanas. Para el caso  de Argentina, el deterioro de los términos de intercambio, la contracción de los flujos netos del exterior y un alto endeudamiento externo afectó directamente los niveles y la estructura de la producción y el empleo. Crecieron el desempleo y el subempleo y disminuyó el poder adquisitivo de los salarios. La industria perdió dinamismo al mismo tiempo que los servicios aumentaban su participación, así como se incrementaba la informalidad y la precarización de las relaciones laborales (Golbert, Tenti Fanfani, 1994).

Este escenario posibilitó la acentuación de las condiciones de pobreza existentes al tiempo que evidenció claros signos de deterioro sin retorno en algunas fracciones de la clase media nacional. En síntesis, si las décadas de los 50 y 60 se caracterizaron por la incorporación como trabajadores y ciudadanos de importantes masas de población, en los 80 comenzó a predominar la exclusión laboral y social paralelamente al crecimiento de la pobreza urbana.

En los 90 el país se encuentra frente al desafío de superar la crisis económica y el viejo patrón de acumulación basado en la sustitución de importaciones. De una estrategia de desarrollo que favoreció el consumo interno, la expansión de la pequeña industria y el comercio, con la presencia de un Estado benefactor activo se pasó a un modelo contrapuesto: el del ajuste estructural  (Lew, Roffman, 1997). De este modo el país inicia una etapa de reestructuración económica, política y social a través de las medidas de apertura, ajuste y desregulación que aplica el gobierno.

Este modelo se enmarca en una nueva situación mundial, la de la globalización, que se corresponde con el derrumbe socialista, el acelerado avance científico tecnológico, la generación de nuevos patrones de producción y organización del trabajo y la constante internacionalización de las economías que se integran al patrón capitalista postindustrial.  La globalización, lejos de producir un crecimiento económico equitativo, fomenta un desarrollo desigual: procesos de concentración convergen con desplazamiento y decadencia.

  El ajuste estructural ha contribuido al empobrecimiento de algunos sectores de la clase media y consecuentemente a la conformación de una nueva estructura social en la Argentina. A los fines de este trabajo, uno de los factores que interesa destacar es el deterioro de la demanda laboral a partir de 1993, cuando comienza a observarse el crecimiento de la desocupación y consecuentemente el desaliento de la población en edad activa para ingresar al mercado de trabajo. En un mismo año, 1995, la tasa de actividad cayó de 42,6% en mayo a 41,4% en octubre (EPH, 1995). De modo que la cantidad de personas con graves problemas ocupacionales (subocupados y desocupados) creció en forma incesante. Indicio de ello es que entre 1993 y 1995 se destruyeron 530.000 puestos de trabajo (Rofman, 1996).

En síntesis, la novedad de los noventa es el aumento de la tasa de desempleo, el deterioro de las condiciones ocupacionales y la falta de asistencia por parte del Estado a los procesos de reestructuración del trabajo, así como el retroceso de la política social.

Finalmente se puede señalar siguiendo a Monza (1998), que estamos asistiendo al fin del trabajo (en el sentido de pleno empleo) como eje articulador de la organización social. Entre los ocupados se detecta una tendencia al deterioro en las condiciones de desempeño laboral. La fórmula típica dada por un empleo en relación de dependencia estable, socialmente protegido, y con niveles de remuneración creciente, sin duda retrocede. El aumento de las ocupaciones temporarias, la pérdida de beneficios sociales (en cantidad y calidad), el avance de distintas formas de cuentapropismo de sobrevivencia, el estancamiento cuando no la reducción de los salarios reales y la proliferación de asalarización oculta o encubierta son procesos difundidos que caracterizan la estructura de la ocupación en la década de los noventa. Se asiste así al fin de los “buenos empleos”, y las características indeseables de la ocupación, antes recluidas en los segmentos periféricos, invaden ahora los otros segmentos aún los más dinámicos, estructurados y de mayor rentabilidad.

2 - El escenario local

Santiago del Estero es una provincia que pertenece al noroeste argentino, una región tradicionalmente deprimida en relación a la economía nacional. Presenta como característica histórica su incorporación marginal a los diferentes modelos de desarrollo implementados en el país a partir de la consolidación del Estado Nación a fines del siglo XIX.

En la década de los 60 y en particular con la entrada al ciclo recesivo en la segunda mitad de los 70 se profundiza en la provincia la situación de marginalidad, especialmente por la incapacidad del sector productivo para generar empleo. Esto se manifiesta en particular en las ramas agricultura, silvicultura e industria al tiempo que crece el sector terciario: comercio, servicios dinámicos y servicios personales y sociales, sin que este crecimiento signifique terciarización moderna ya que el proceso se sustenta en la hipertrofia del sector público, en virtud de la confluencia del clientelismo político con la falta de inversión privada (Zurita, 1996).

En los años 80, con las fuertes transformaciones que afectaron al país se agudizaron las tensiones en la estructura ocupacional provincial. Por un lado las migraciones internas acrecentaron la oferta de mano de obra en los principales centros urbanos de Santiago; por otro las políticas clientelares del Estado impulsaron el aumento del empleo público que en medio de la crisis socio-política de 1993[2] se demostró como insostenible, iniciándose una retracción de esta suerte de tutela patronal con la que se ocultaba el desempleo en el sector privado (Isorni, 1998).

 Interesa destacar que hacia 1991 comienza a advertirse una recuperación del sector agropecuario, de modo que la concentración del empleo en dicho sector y en el terciario – particularmente en el sector público -, la escasa significación de la industria, la existencia de bajos niveles de participación laboral (34,1% contra el 38,2% del país) y la vigencia de generalizadas situaciones de subutilización de la fuerza de trabajo, son rasgos del empleo provincial en el presente.

Según Rofman (1996), Santiago del Estero se ubica en la tipología de “aglomeraciones con un rol burocrático dominante” donde la preeminencia del mismo resulta prácticamente excluyente, teniendo en cuenta la baja incidencia de la industria manufacturera en la generación de puestos de trabajo y el rol subalterno y dependiente en que se ubican las otras ramas de actividad. Respecto del comportamiento del mercado de trabajo en los comienzos del plan de convertibilidad al igual que en el resto de los aglomerados, exhibe un mejoramiento de los indicadores básicos (caída de la tasa de desocupación, subas en las tasas de actividad y empleo) los que desmejoran aceleradamente desde fines de 1994 con el efecto tequila, particularmente en materia de desocupación abierta que adquiere un carácter persistente.

      En este proceso, el sector público como empleador parece no haber jugado un papel significativo como expulsor de trabajadores aunque sí de manera indirecta a través de la sanción de regímenes de jubilación anticipada, de retiros voluntarios y traspaso de organismos provinciales a la nación  y al dejar de constituirse en un creador neto de empleo. Tampoco el papel de la industria resulta ser relevante para explicar la desocupación debido al escaso peso de esta actividad en el empleo urbano. De modo que los que contribuyeron en la escalada de la desocupación fueron los nuevos trabajadores y la construcción, entre los dos más del 70% del incremento del desempleo (Díaz, 1998).

  Con relación al deterioro de los ingresos reales, de fundamental importancia en la eventual declinación de los sectores medios, debe decirse que en el aglomerado urbano Santiago – La Banda, según datos de la EPH, se advierte un mejoramiento del ingreso medio real de los hogares a partir de la implementación de la convertibilidad y hasta 1993. Desde 1994, coincidentemente con el efecto tequila, este indicador refleja un descenso constante que lo lleva en 1996 a valores inferiores a los del punto de  partida  en 1991 (Díaz, op.cit.).

Sin embargo esta reducción no afecta a los trabajadores por igual y en ello tiene especial importancia dos medidas tomadas desde el Estado respecto de las remuneraciones del sector público: el recorte de los salarios superiores en 1993 (decreto ley 6015/93) con la homogeneización que impuso la fijación de un piso salarial para las categorías menores a partir de 1994, lo que produjo el achatamiento de la brecha de distribución y consecuentemente un acercamiento en las diferenciales de ingreso. Esto se refuerza en 1995 con el decreto 147/95 del Poder Ejecutivo de la provincia que dispone un nuevo recorte salarial para las categorías de la administración pública que percibían por encima del piso fijado.

3 - Tribulaciones actuales de las familias de sectores medios

      Los cambios generados a partir del ciclo recesivo de la economía argentina han modificado la estructura social y afectado particularmente a los sectores medios. Emerge así un proceso de declinación paulatina donde una buena parte de la clase media va perdiendo, aunque sea de manera parcial, canales de inclusión social. Este grupo, que en otras etapas del desarrollo social podía satisfacer muy aceptablemente sus necesidades básicas y pertenecía a una clase media urbana en constante ascenso y con perspectivas ciertas de progreso (Lew, Rofman, op.cit) comienza a sentir como sus bases de erosionan, tornándose vulnerables.

El  concepto de "vulnerabilidad" alude, en términos generales, a una situación parcial de inclusión[3] en cualquiera de las esferas económica, social, cultural y política lo que implica riesgos  e inseguridad a futuro (Castel, 1998; Minujin, 1998) o acumulación de desventajas (Kessler y Golbert, 1996). La vulnerabilidad como tal puede llevar a la exclusión social pero no necesariamente. En muchas ocasiones, las familias logran remontar la situación mientras que en otros casos las dificultades se potencian, agravando el proceso de caída. Adicionalmente se advierte que individuos y grupos se mueven dentro de diversas formas de vulnerabilidad, lo cual contribuye a afirmar el carácter altamente dinámico de esta condición.

      En este trabajo, la vulnerabilidad será analizada a partir del impacto que en las condiciones de vida,  producen ciertos  cambios desfavorables en el ámbito laboral, tales como el desempleo, la caída salarial, la precariedad laboral o modificaciones adversas en la modalidad de trabajo, siguiendo las líneas conceptuales señaladas precedentemente. Pero también interesa avanzar poniendo énfasis en las definiciones que en consecuencia generan los actores involucrados y las estrategias[4] que despliegan frente a estas situaciones.

Con el propósito de mostrar esta situación y de generar algunas categorías sensibilizadoras[5], se relatan a continuación historias de familias de sectores medios que exhiben las diferentes modalidades que asume la condición de vulnerabilidad. Cabe aclarar que los casos fueron seleccionados según criterios de representatividad de situaciones típicas que se visualizan en el escenario provincial con motivo de los recortes salariales y el traspaso de organismos a la órbita nacional, como también al colapso de las pequeñas y medianas empresas en el contexto de crisis estructural de los años noventa.

 4 - Los Casos

Comenzando de cero al perder el trabajo

Raúl, 38 años, es perito mercantil, está casado con Patricia, de 36 años, ingeniera agrónoma y tienen dos hijos de 14 y 8 años.

Ambos trabajaban como propietarios de un establecimiento apícola. Producían polen, propóleo, miel, caramelos, jalea, etc. Su situación económica les permitía hacer frente, holgadamente, a sus necesidades. Vivían en una confortable casa de propiedad ubicada en las afueras de la ciudad, en una de las zonas urbanas más distinguidas. Mandaban a sus hijos a un colegio privado bilingüe.

Desde 1993 comenzaron a sentir en carne propia el peso de las medidas económicas implementadas, la apertura de las importaciones, y con ella la entrada al país de productos de buena calidad y bajo costo les impidió defenderse en un mercado que se tornaba cada vez más competitivo. A lo que se sumó el escándalo producido, en otras regiones, por la intoxicación ocasionada por el consumo de propóleo que produjo una ostensible merma de la demanda y con ello la imposibilidad de seguir sosteniendo su establecimiento. Vendieron todas sus propiedades, casa, auto y algunos otros artículos que habían adquirido gracias al trabajo esforzado de años. Desde entonces viven con la madre de Raúl, jubilada, que generosamente cedió una parte de su propiedad para albergar a la pareja con sus hijos.

A mucho de andar, Raúl consiguió trabajo como adicionista de un restaurante, pero a los dos años los dueños deciden cerrar porque el movimiento del comedor no cubría las expectativas proyectadas.

Patricia, mientras tanto, se dedicaba a los quehaceres de la casa ya que habían tenido que despedir al personal doméstico. Cuando Raúl queda nuevamente sin trabajo, ambos salen a buscar alguno.

Desde 1997, Patricia busca ubicarse en algún empleo vinculado a su profesión. Se inscribió en los Programas de Integración Tecnológica (PIT), en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para  tareas de docencia tanto en los niveles medios como terciarios pero sin éxito hasta el presente. Patricia siente que sus fuerzas se terminan “estoy muy deprimida, ya no se que más hacer, esta profesión, que adoro, tiene muchos inconvenientes en el medio, te discriminan, te subvalúan, los productores en estos momentos no incorporan personal y si lo hacen prefieren varones porque en el norte son muy machistas”.

Raúl, consiguió que un primo le diera una mano y lo incorporara como vendedor en su local dedicado a la venta de indumentaria masculina. Desde hace dos años trabaja allí, se siente más relajado aunque sabe que con los pocos pesos que gana apenas alcanza para cubrir las necesidades más imperiosas.

Ambos sienten que este proceso no tiene retorno, perdieron todo lo que tenían y avizoran un horizonte pleno de incertidumbres e inseguridades. Sus hijos pasaron a una escuela pública, tarjeta de crédito ya no tienen, la cobertura en salud ha empeorado porque tuvieron que optar por una obra social no muy buena y limitada en el sentido de la libre elección del profesional “tuvimos que dejar médicos, odontólogos, que hace años nos atendían, por lo que ellos te determinan”. Ya no planean vacaciones y perdieron el contacto con amigos porque “no podemos darnos el lujo de salir, ni siquiera una vez por mes”.

Las relaciones de pareja, si bien consolidadas en un comienzo, fueron deteriorándose en algún sentido debido a la falta de intimidad ocasionada por el hecho de tener que compartir vivienda. La familia perdió su alegría, sienten que la depresión los invade, aunque luchan día a día para no bajar los brazos, se movilizan aunque con escasa fe en el porvenir.

Peripecias cuando colapsa la empresa

Ana María y José, 46 y 50 años, son oriundos de Córdoba donde se conocieron y casaron. En aquella época ella recién concluía sus estudios terciarios de profesora en ciencias económicas y contables, él trabajaba en una fábrica de calzados atendiendo un salón de venta al público. En Córdoba nace el primer hijo, Diego hoy de 22 años.

En 1985 se mudan a Santiago del Estero, José es ascendido a gerente de una sucursal que la fábrica instala en dicha ciudad. Ana María consigue horas de cátedra en un instituto terciario de gestión privada y dedica gran parte del día a la atención del hogar. En esta época nace la segunda hija, Cecilia hoy de 13 años.

El futuro se muestra promisorio. Compran una casa amplia y confortable, en una zona residencial de la ciudad y cambian el auto. En lo profesional Ana María tiene posibilidades de actualizarse permanentemente a través de cursos relacionados con su certificación ya que la situación económica y familiar se lo permitían.

En la década de los ‘90, la contracción del mercado interno y el ingreso de productos competitivos del exterior, dañó la actividad de pequeñas y medianas empresas del calzado. Consecuentemente, la fábrica donde trabajaba José comenzó a tener dificultades que determinaron su cierre. Con la indemnización recibida José instala su propia zapatería, sin éxito.

A fines del año 1993, José era un desocupado. Los esposos emprenden actividades tendientes a generar ingresos: Ana María incrementa al máximo sus horas de cátedra al tiempo que atiende alumnos particulares. Para afrontar las deudas venden la casa y alquilan una más pequeña en un barrio periférico de la ciudad, también cambian el auto por uno más viejo. José comienza a trabajar como remisero pero con horarios mínimos “mi estado de ánimo, mi baja estima... me limitaban muchísimo”. Ante los problemas económicos y psicológicos tuvieron que recurrir a familiares cordobeses, José dice: “ellos nos ayudaron económica y afectivamente, y así pude iniciar un tratamiento médico”.

Actualmente Ana María continúa su tarea docente con el máximo de horas aunque ya no atiende alumnos particulares. Diego consiguió un contrato temporario en la administración pública. José sigue en tratamiento y por sus antecedentes en el rubro trabaja como vendedor en una zapatería local, aunque su salario es mucho más bajo con relación a su puesto anterior. La familia continúa viviendo en la casa alquilada.

Para el grupo familiar el futuro es hoy. Ana María relata: “cuando mi esposo quedó sin trabajo e iniciamos otras actividades para afrontar la crisis, todos asumimos roles a los que no estábamos habituados. . .pero gracias a Dios crecimos afectivamente. Hoy las cosas parecen estar mejor, mejor es no pensar en las exigencias del mañana, hoy estamos unidos... mejoró el ingreso, mañana veremos”.

Perdiendo la jerarquía laboral

Angélica, de 43 años, actualmente empleada en una compañía de seguros, está casada con Carlos de 54 quien trabaja desde hace 28 años como jefe de operadores en un canal de televisión. Tienen tres hijos de 21, 19 y 16 años. Viven en una confortable casa de propiedad que supieron adquirir cuando tenían una situación económica floreciente.

Angélica trabaja desde hace un año como recepcionista de una compañía de seguros, itinerario final de un largo proceso de caída tanto en el aspecto laboral como en el de los ingresos. Su historia se remonta a veinticinco años atrás cuando empezó su carrera en la administración pública provincial. A lo largo del tiempo, con mucho esfuerzo y capacitación permanente accedió al cargo de gerente en la caja de jubilaciones, en palabras de ella “tenía conocimiento desde el primer peldaño hasta el último, sabía de todas las leyes nacionales y provinciales, llegué al cargo pagando el derecho de piso con creces”.

Cuando se produce el traspaso de las cajas de jubilaciones provinciales a la nación en abril del 95, tuvo que claudicar su cargo ya que los primeros puestos eran de carácter político y aceptar una pérdida de su jerarquía con la consecuente disminución del ingreso. A partir de allí comenzó un incesante proceso de incertidumbre frente a un horizonte cada vez más cercano a la precariedad laboral, Angélica recuerda: “a ciento cincuenta personas nos mandaron al fondo de reconversión laboral y la mayoría veníamos de la provincia. Ese fondo, en realidad era un despido masivo encubierto, lo que provocó un revuelo de tal magnitud que hasta tuvo que intervenir el obispo Sueldo. El primer despido masivo que había en la provincia sabiendo el nivel económico de Santiago”.

Las angustias y frustraciones comenzaron a tener un carácter incesante debido a que Angélica, si bien pensaba que su capacidad y experiencia influiría en su permanencia, aparentemente este fue el aspecto desencadenante de su cesantía. “Me dijeron que mis conocimientos eran muy específicos, que estaba por encima de los niveles que esperaban encontrar, que estaba sobrecalificada para la nueva estructura del organismo”.

Como no podía quedarse, Angélica decide capacitarse conforme a las nuevas exigencias que percibía se emitían desde el mercado de trabajo. Tomó cursos de computación e inglés y comenzó a desplegar estrategias para superar la situación de desempleo como dejar su currículo “en cuanto lugar podía”. Aunque sabía que su situación era compleja, “no podía quedarme, lo que estoy emprendiendo ahora a los 45 años es un desafío, pero por el bien de mi persona tengo que olvidar el pasado”.

Finalmente logra un puesto como asalariada en calidad de recepcionista en una compañía de seguros, su ocupación actual. Cuando compara su situación con la vivida en tiempo pasado, el balance es negativo y se advierte una sensación de frustración por haber perdido una posición social holgada y por entonces con perspectivas de progreso. De haber tenido un lugar jerárquico en el mercado de trabajo donde tenía poder de decisión pasó a desempeñarse en tareas para las cuales “dependo de las decisiones de otros”. De tener un horario continuo pasó a uno discontinuo, mañana y tarde, lo cual repercutió en la organización familiar. Pero lo que más lamenta es la ostensible disminución salarial: de 1600 pesos pasó a 550. “Eso te duele, una ha estado acostumbrada a un nivel de vida y de golpe tienes que acomodarte a una nueva situación”.

En este momento es Carlos, su esposo, el mayor aportante del hogar que percibe un ingreso mensual de 800 pesos. Ante este nuevo panorama, la familia debió reacomodar los gastos: disminuir y en algunos casos eliminar lo superfluo, por ejemplo calidad de ropa , arreglos de la vivienda, vacaciones, reuniones, regalos, etc. Tanto Angélica como Carlos sienten que algunas erogaciones no se pueden resignar, de modo que sus ingresos están destinados especialmente a la educación y salud, además de la alimentación la que también en cierta medida se ha visto modificada.

En cuanto a la educación, perciben que es la herramienta más significativa para conseguir un trabajo, por eso desean fervientemente que sus hijos inicien y finalicen estudios universitarios. Por ahora, uno de ellos estudia ciencias económicas y  otro licenciatura en química. En  este caso es interesante resaltar la presencia de opciones que menoscaban la vocación ya que Julia debió resignar su deseo de estudiar bioquímica en otra provincia y optar por otra carrera para quedarse por cuestiones económicas.

Frente a esta situación critica, la familia de Carlos y Angélica se sienten más unidos, se alientan mutuamente como una forma de salir adelante y de pensar que las cosas van a mejorar.

Los sinsabores del deterioro salarial

Ricardo de 41 años y Zulema de 36 están casados desde hace quince y tienen cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, de 12, 10, 7 y 4 años.

Viven en una casa en la zona céntrica al lado de la de los padres de Ricardo. Antes de casarse, ellos le acondicionaron la vivienda que en ese entonces tenía dos dormitorios, baño, cocina comedor y sala para que la pareja iniciara su vida de casados con casa propia.

Ricardo trabajaba en la administración pública como ingeniero, su profesión, con una categoría jerarquizada. El sueldo en ese entonces alcanzaba pero con los años llegaron los hijos: José Luis, Clara, Agustín y Celeste, y las cosas se complicaron. Zulema, que en 1983 había quedado cesante de un empleo en la administración pública “por motivos políticos”, se decidió a trabajar para colaborar con el presupuesto: “entre el 89 y el 97 trabajé en casa vendiendo productos. Primero fue la ropa de cuero, después artículos de caño y alambre, más tarde productos de belleza. En realidad esta opción salió porque no conseguía empleo fijo”. Ella tiene estudios universitarios aunque incompletos y considera que el trabajo es una actividad muy importante en la vida de las personas: “hacer sólo la tarea de la casa es quedarse atrás, es muy rutinario, uno se olvida de perfeccionarse”.

Ricardo recuerda que los primeros años del plan de convertibilidad fueron positivos. Hasta el ‘94 la situación pareció mejorar con la estabilidad. Esto lo impulsó a realizar arreglos en la casa, hicieron una ampliación gracias a un préstamo bancario, compraron electrodomésticos y muebles nuevos.

Pero el año 95 se presentó diferente. El sueldo de Ricardo, el principal aportante y en algunas ocasiones el único se redujo en un 35%, como a todos los jerarquizados: “de 1600 pasé a cobrar 1000 pesos. La situación se puso muy dura sobre todo por las deudas que teníamos. A eso sumale el hecho de tener cuatro hijos y tres en la escuela”.

Para compensar la reducción salarial decidió trabajar  como dibujante de proyectos de construcción. Zulema consiguió un puesto administrativo en el nivel terciario. Ella recuerda: “era una ocupación ideal, quedaba cerca de mi casa y trabajaba sólo medio día. Pero antes de cumplir el mes me dejaron fuera por el juego de la política. Fue la gran frustración de mi vida. Era la segunda vez que sucedía, me marcó fuertemente, fue traumático”.

Los padres de Ricardo ayudaron al matrimonio a enfrentar la crisis. Se hicieron cargo de los gastos de la escuela de los chicos. Ricardo dice al respecto: “mis padres siempre han sido una gran ayuda porque un solo sueldo no alcanza para una familia de seis miembros, pero en este momento son una bendición. De otro modo no sé cómo nos habríamos mantenido”

Debido al deterioro de la situación , en el ‘97 se asociaron con otro matrimonio en un microemprendimiento. Sembraban verduras en un terreno que alquilaban a otro amigo. Pero como no había ganancias decidieron cerrar la pequeña empresa.

Actualmente a Zulema le gustaría trabajar. De hecho a intentado conseguir  algún empleo apelando a las amistades, pero sin éxito. Ella dice: “cada vez es más difícil conseguir un trabajo a mi edad y el hecho de ser madre limita más aún mis posibilidades. En este momento ya casi no espero,  es más, ni siquiera busco”.

Ambos coinciden en señalar que hay una crisis general donde “los que mejoraron son pocos mientras que la mayoría está peor”. La deuda que más les preocupa es la del banco. Tuvieron que refinanciarla para disminuir las cuotas. Se manejan mucho con la tarjeta que les ocasiona problemas ya que gastan más de lo que debieran. Para Zulema “esto es como un círculo vicioso. Conseguimos comprar cosas pero al costo de sumar deudas lo que nos produce demasiado stress”.

Por suerte la familia se mantiene unida en medio de la crisis. Ella es quien maneja la casa y él colabora, sobre todo en la parte administrativa ya que Zulema se autodefine como “consumidora compulsiva”. Su madre colabora para ayudarlos, sobre todo comprándoles ropa a los chicos aunque hoy sus posibilidades se encuentran limitadas porque con su jubilación y pensión debe ayudar a su otra hija “que también está con problemas como todos”.

Ricardo y Zulema no piensan en el futuro. Viven tratando de resolver los problemas que se les presentan día a día. Ella afirma “con un panorama tan incierto es la única manera de seguir adelante. Soy más bien optimista y creo que las cosas van a mejorar. No me pongo a analizar en detalle porque me volvería loca”.

 5 - Concluyendo

A través de los relatos presentados se advierte la condición de vulnerables de la familias analizadas en las  dimensiones que encierra dicho concepto: los cambios operados a nivel estructural que crearon condiciones objetivas de pérdidas que repercutieron en los distintos ámbitos familiares, y su incidencia en las definiciones y estrategias desplegadas por los actores involucrados.

Si bien son relativamente numerosos los estudios sobre la actual condición de buena parte de los sectores medios argentinos, la complejidad de esta problemática requiere de la construcción de nuevas perspectivas que contribuyan a esclarecer, enriquecer y sensibilizar sobre los avatares que hoy en día sufren miles de hogares medios del país.

Sin duda el concepto de vulnerables emerge de un contexto específico y por lo tanto sólo cobra sentido en relación a él. De modo que, si bien el proceso de ajuste estructural ha afectado a la sociedad en su conjunto, las modalidades que asumen las medidas adoptadas en los escenarios regionales o locales muestran singularidades.

  Al mismo tiempo sus repercusiones en los hogares exhiben también heterogeneidad. Es decir existen episodios y cambios decisivos que, a pesar de surgir de un marco global, adoptan en la realidad provincial  el carácter de hitos que marcan el derrotero declinante de estas familias. Ejemplo de ello son diversos decretos nacionales y provinciales de ajuste y recorte salarial así como el hecho de que el Estado provincial dejó de cumplir un rol protagónico en la generación de empleo. También se advierten  momentos claves en la escalada descendente de los sectores medios, que por lo menos en  los casos analizados pero también en muchos otros, se manifiesta con particular énfasis  a partir de los efectos negativos de la convertibilidad, especialmente desde 1994 en adelante.

Estas cuestiones de contexto han provocado rupturas estructurales las que a nivel de las familias se traducen en pérdidas del empleo, de la jerarquía laboral, del nivel salarial, de la posición social, de la capacidad de consumo que ya no es como antes, de los bienes materiales (casa, auto, etc.) y aún de pérdidas que involucran las esferas afectivas y de la intimidad. Estas cuestiones se traducen  en la configuración de un conjunto de definiciones y de prácticas que se dejan ver como estrategias que en consonancia con aquéllas despliegan los actores en el escenario de la vida.

En relación a las pérdidas se pueden reconocer diferentes situaciones: las que  involucran pérdidas totales del capital económico y aún del social y simbólico, y otras en las que las pérdidas son parciales. En este último caso se pueden distinguir dos variantes: aquellas donde las pérdidas materiales afectan las esferas social y simbólica y otras en las que sólo se ve afectado el capital económico por lo menos en el corto plazo.

En consonancia con aquéllas se observan diversas percepciones que marcan diferencias en las definiciones que los actores realizan de su vida presente y futura. Para los que perdieron todo, las definiciones expresan sensaciones de agobio, frustración y desesperanza, cargadas de pesimismo; en el caso de los que experimentaron pérdidas parciales o disminuciones la mirada es menos dramática y hasta optimista. Una cuestión destacable que probablemente opera de manera inconsciente en ambas situaciones, es la de situarse en el presente como una manera de eludir un futuro incierto o cargado de obstáculos que les impide proyectarse.

En sintonía con las pérdidas y definiciones los actores despliegan diversas estrategias tendientes a frenar el proceso descendente. En general todas ellas se ligan a reacomodaciones frente a las nuevas condiciones de vida. De acuerdo a los relatos se pueden identificar estrategias para mejorar la eficiencia de los recursos (comprar más barato, disminuir gastos, suspender el uso de tarjetas de crédito, cambiar de obra social), estrategias que afectan el tamaño y la estructura de la familia (incorporación de miembros a la familia o  integración de parejas u hogares a otra unidad doméstica para reducir gastos) y estrategias destinadas a la generación de recursos (inserción de nuevos miembros del hogar en el mercado de trabajo, ya sea buscando empleo o accediendo a alguno). De todas ellas, algunas asumen formas extremas de reconversión que no dejan lugar para demasiadas opciones, mientras que otras echan mano a prácticas selectivas de ajuste para mantener su posición  en el espacio social.

 Esta identificación del heterogéneo escenario de los vulnerables nos lleva a pensar que este concepto,  se asocia a la imagen de equilibristas en el turbulento espacio social. Frente a la diversidad, no parece ser fácil construir una clasificación en la que se ponga de manifiesto no  obstante, situaciones que agrupadas digan de relativas similitudes. Sin embargo tomando como sustrato las dimensiones a las que alude el concepto de vulnerable es posible pensar en hilos conductores diferenciadores, es allí cuando se puede construir, por lo menos desde nuestra mirada,  dos categorías de vulnerables: i) los que aún se mantienen en el trapecio debido a que lograron conservar en este proceso de transformación y caída algunas “herramientas vitales” para hacer frente a la crisis, aún cuando haya declinado parcialmente su calidad de vida; ii) los que están perdiendo el equilibrio y a punto de caer porque se enfrentan a limitaciones en el acceso a las vías de inclusión. Cabe señalar que quienes perdieron el equilibrio y cayeron al vacío al desaparecer las redes de contención social presentes hasta los 80, integran una franja  que reviste ya el carácter de excluidos sociales, después de haber atravesado por la condición de vulnerabilidad. Ninguno de los casos presentados se ubica en esta situación; no obstante, ella, conjuntamente con las categorías presentadas anteriormente,  confirman el rasgo de dinamismo que exhibe la vulnerabilidad. Esta realidad inaugura un horizonte sombrío donde el futuro ya no se percibe como entonces: el futuro es hoy. 

Es necesario aclarar que estas categorías distan de ser exhaustivas y concluyentes. Pero significan un intento de comprensión y sensibilización de una realidad compleja y de difícil acceso que requiere de nuevos abordajes a fin de profundizar y enriquecer estas conceptualizaciones generadas a partir de un estudio de casos. Ni los casos analizados ni las categorías construidas agotan por lo tanto, la diversidad inherente al mismo concepto de vulnerabilidad.

 

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NOTAS

 

[1]Este artículo es parte del Proyecto de Investigación “Trabajo y condiciones de vida: el empobrecimiento de las clases medias de Santiago del Estero en la década de los noventa”, financiado por el Consejo de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Santiago del Estero.

[2] Entre 1993 y 1995 se sucedieron una serie de conflictos caracterizados por la protesta callejera iniciada especialmente por los sectores medios que tuvo su punto culminante el 16 de diciembre de 1993. Esta acción cuestionaba además de la corrupción local, los resultados del ajuste económico que exigió cesantías y reducciones salariales (Zurita, 1996).

[3] Cuando se habla de inclusión se alude a un concepto multifacético que se dirime en diversas esferas interrelacionadas de las que se pueden priorizar las que significan integración económica, social, cultural y política (Minujin, 1998). El concepto de exclusión, en consecuencia, es la contrapartida del de inclusión.

[4] El concepto de estrategia ha sido objeto de polémicas con respecto a su significado y aplicación. En este trabajo alude, en un sentido amplio, a conductas con sentido práctico siguiendo así los lineamientos marcados por Bourdieu (1988).

[5] A estas categorías, desde una metodología cualitativa, se las define a través de ejemplos e ilustraciones que permiten sensibilizar al lector y comprender el significado de ellas poniéndolo en los términos de la experiencia propia ( Herbert Blumer, citado en S. J. Taylor y R. Bogdan, 1994, Métodos cualitativos de investigación: la búsqueda de significados,Paidós, Argentina).

 

 

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